LA DECADENCIA DE MARILYN MANSON

Sobre Marilyn Manson ya se ha escrito bastante, particularmente durante su época de apogeo a finales de los 90 y, más específicamente, después de la masacre de Columbine, tras la cual su nombre fue arrojado entre las causas que blandían los atónitos políticos y comentaristas conservadores en Estados Unidos. 

Así, se han vertido múltiples opiniones sobre Manson, abarcando diferentes aspectos, con mayor o menor profundidad: algunos han tratado la dualidad que plantea (ver la entrada anterior en este blog, ¿En realidad sabes quién es Marilyn Manson?), o la manera en que supo aprovechar el odio de las masas para erigirse como un referente obligado en la escena musical de finales del siglo pasado (qué viejo sueno al escribir eso). Otros se han enfocado en su coqueteo con la iglesia satánica, en las múltiples protestas por parte de grupos religiosos tratando de evitar sus concierto, o en los diversos rumores con respecto a su personaje. 


De entre todos los temas que pueden tocarse al hablar de Marilyn Manson, no hay que olvidar el fundamental, en cuanto a que es su principal medio de expresión: la música. No pretendo escribir sobre la trilogía Antichrist Superstar - Mechanical Animals - Holy Wood, aunque sean los discos más populares y los que constituyen la principal aportación musical de Manson. Ya se ha escrito mucho sobre ellos y ya ha pasado mucho tiempo, veinte años desde el primero (ya hay demasiada nostalgia en este blog y, si me vuelven a invitar, espero escribir sobre temas más recientes). Me interesan más los discos posteriores, sobre los que no se discute tanto, más allá de las críticas especializadas y de los comentarios habituales. 


Una breve retrospectiva: en los años posteriores a Holy Wood, Manson grabó, sin Twiggy, The Golden Age of Grotesque, que considero su última superproducción. Un álbum irónico y pulido, y el último que hacía una apología de los excesos. El siguiente disco, Eat Me Drink Me, se vería influenciado en sonido por las salidas de John5 y Madonna Wayne Gacy, y en tono por el divorcio de Dita von Teese. Éste es uno de mis discos favoritos: es inaccesible, profundamente personal, y con reminiscencias de Bauhaus y el New Wave. El álbum fue alabado por la crítica, pero poco comprendido por los fans acérrimos que esperan de cada nuevo lanzamiento un retorno del Antichrist Superstar.

Eat Me Drink Me, a pesar de su calidad y éxito en los reviews, señala el inicio de una etapa de decadencia. La presencia pública de Manson disminuyó progresivamente, así como su energía en vivo, terreno en el que solía ser incuestionable. El álbum siguiente – The High End of Low  – despertó altas expectativas desde su anuncio, principalmente debido al regreso de Twiggy, que sugería un retorno al sonido agresivo de antaño. El disco, sin embargo, resultó mucho menos estructurado que los anteriores; es difícil identificar un hilo conductor que una a las canciones. Por primera vez, parecía una mera colección de ellas. Además, considero que varias de las canciones sufren de la insistencia del autor por capturarlas en una toma única. Si bien esto les confiere cierta espontaneidad y crudeza, algunas habrían podido beneficiarse de una segunda aproximación, que permitiera corregir pequeños errores – o momentos extraños que pueden interpretarse como tales. 

Las críticas fueron duras. Lejos de representar un regreso a la forma, se evidenciaban ciertas carencias creativas en el otrora sorprendente y arriesgado autor. Calificativos como “has been”, “Dopey clown" (Trent Reznor dixit), “predictable”, y “resting quietly in the middle ground between greatness and pure crap” aparecieron en las reseñas. Canciones como Four Rusted Horses, 15 y Devour fueron rescatables. El resto, difícilmente aparecerá en alguna recopilación futura o será interpretado en vivo. 

Born Villain representó un paso en la dirección correcta pero, a pesar de algunas críticas positivas, no me parece mucho mejor que su predecesor. Hey Cruel World, Overneath the Path of Misery (y su excelente video) y Children of Cain son destellos de grandeza y soltura en medio de un disco que no resulta precisamente memorable. Siendo el cambio una constante en la discografía de Marilyn Manson, ambos álbumes son inusualmente similares y planos. El sonido se acerca incluso a un adjetivo nunca antes empleado para calificar al artista, ni por sus más acérrimos críticos: aburrido. 

En conclusión, y de acuerdo con otras reseñas de la época, no son discos malos, pero tampoco son buenos. 

¿A qué se debió el declive de Marilyn Manson? ¿Al carácter definitivo de las primeras tomas? ¿A la ausencia de una banda estable como la que consolidó el sonido durante finales de los 90? ¿A la excesiva ingesta de alcohol por parte de Manson? ¿Al afán por satisfacer a fans del sonido de álbumes previos? ¿Al desinterés por parte del propio artista? 

Ningún artista, ningún rockstar, está exento de cuestionamientos, y en este punto animo al lector a reflexionar – y comentar – sobre los múltiples ejemplos de esta afirmación. Es cierto que algunos parecen ser capaces de mantener un flujo ininterrumpido de obras sólidas e inspiradas, pero éstos constituyen excepciones a la regla. Algunos podrían mencionar a Bauhaus y Joy Division, pero probablemente estas bandas deban parte de su infalibilidad a sus brevísimas carreras. Incluso David Bowie – una de las principales influencias de Manson – llegó a tener tropiezos (Never Let Me Down viene rápidamente a la memoria). Y es que, cuando el riesgo y la experimentación entre álbumes se convierte en un sello de la casa, la repetición de fórmulas y el juego seguro no pueden sino generar decepción. 

¿La buena noticia? La carrera de Marilyn Manson no se acaba. The Pale Emperor, publicado en enero de este año, es excelente. Me atrevo a decir que no sólo es de los mejores discos del artista, sino de lo mejor que se ha producido en lo que va del siglo.

Escrita por Luis Reyes-Aguirre

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